Ya lo basta de sus hechuras anunciaban que el novillo de Diego Puerta al que hoy se midió Andrés Romero en su vuelta a Almonte le iba a ayudar poco. Desde el principio cantó el utrero lo que llevaba dentro: muy poco. Frío, desentendido, huidizo, sin querer nunca entrar en danza y, cuando lo hacía, bruto. Le tocó, pues, al onubense sacar de sí la vertiente lidiadora y buscarle las vueltas al, hoy sí, su enemigo en busca de corresponder al cariño que siempre recibe de la afición almonteña. Lo probó de salida con Capricho, con el que clavó dos rejones, en un tercio que le sirvió para comprobar que todo habría de venir de su mano. Y así lo hizo Andrés en banderillas, primero, con Caimán y luego con Kabul. En ambos casos, con el mismo argumento: citar de lejos para mostrarse y llamar la atención del novillo y del público, irle muy de frente y, así mismo, llegarle todo lo que pudo a la cara para, casi en un mismo gesto, provocar, batir, clavar y salir. Todo por obra y gracia de su capacidad, sin recibir del novillo más que empellones de ninguna clase.
Cerró Romero su faena con las cortas y el rejón de castigo con Chamán después de un primer pinchazo. Menos de lo que él hubiera querido ofrecer un año más en una cita que le llena mucho y donde disfruta aún más, pero hoy tocó cuesta arriba. Sirve también porque curte, pero no satisface al artista. Así las cosas, lo que no falta nunca: la entrega absoluta por dar en Almonte tanto como recibe.