Nunca faltan, nunca fallan. Son los niños de Escacena del Campo. Los primeros romeristas. Los más fieles. Ya lo proclaman ellos: son de Andrés Romero. Presumen de ello en sus camisetas celestes y lo llevan a gala. Andrés Romero es su ídolo, su referente. Y le acompañan cada vez que llega una tarde grande. La de Huelva, cómo no, lo era de nuevo. Y allí estuvieron. Desde el primer instante. Fue el torero poner un pie en la calle a la salida del hotel y ese grito de guerra -¡¡¡Andrés, Andrés!!!- le insulfló el alma de ese aliento del cariño que tan bien viene cuando uno va a jugarse tanto.
Se ha convertido en costumbre. El camino de Escacena tiene escala obligatoria en el hotel donde Andrés vela armas y desde donde parte camino de su suerte. Y allí estuvieron de nuevo. Como siempre. Cantandóle, coreándole, alzando sus manos para que se las chocara, aplaudiéndole, abrazándole... queriéndole. Una belleza de momento que no debería de perderse nunca, que nunca se perderá. Y luego, en la Plaza: esa alegría y ese color de que imprimen el ambiente. Incluso esas canciones para presumir de Escacena y de torero. Ellos son la Marea Azul más bonita del toreo. Los niños de Escacena tras los pasos de su torero, Andrés Romero.