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Atarfe y Paterna, dos triunfos para confirmar expectativas

La Temporada de la Ilusión ya está en marcha. Ha arrancado este fin de semana y lo ha hecho con dos triunfos para Andrés Romero. Siete orejas y un rabo y, sobre todo, la sensación de que todo el trabajo del invierno ha moldeado a un rejoneador más capaz y más torero. Porque, a tenor de lo visto, su progresión alcanza al fondo y a la forma.

 

Por ejemplo, Atarfe descubrió a un Andrés Romero con el temple adherido a cada gesto, a cada acción, a cada suerte, a su toreo. Su forma de parar a los dos novillos de Castillejo de Huebra que le cupieron en suerte es ya lo más comentado de sus dos primeras actuaciones del año. El rejoneador onubense se fue a por ambos con suma decisión, sin pasadas de prueba, directamente a torear. Y a torear se puso doblándose con los dos utreros pero sin brusquedad ni tirón alguno, sino con un ritmo y un son sostenido que se derramó por el ruedo del Coliseo como un río en calma pero que todo lo inunda. "Es uno de los aspectos que más he trabajado este invierno: el temple, la lentitud, el hacer las suertes en su tiempo justo. Sin atacarme. Toreando desde el primer momento y haciéndolo a favor del toro que es hacerlo en favor del toreo", explica Andrés.

 

Pero no sólo de salida fluyó ese temple deslumbrante en Atarfe. Igual ejecutó el tercio de banderillas, sobre todo del primero, un buen novillo con embestidas de dulce que pedía caricias en los vuelos imaginarios de los caballos del onubense. Llamó la atención también su dominio de la situación, su capacidad para pensar en la cara de los toros y cuando va camino de ellos, su saber qué hacer en cada momento y su saber hacerlo, la forma de vender las suertes para conectar con los tendidos y para hacerlo cuando más falta hace. Y también, su compenetración con la cuadra de caballos y lo mejor que tiene en ella, esos caballos que le ayudarán a firmar las obras que anhela para 2014.

 

En Paterna del Campo, sobresalió lo cuajado de su oficio para imponerse a la ausencia de raza del primero, ese fondo de técnica para tocar las teclas precisas y hallar agua donde apenas la hay. Y en el segundo, la ambición sin que ésta sea sinónimo de atacarse o de acelerarse, sino de apostar y de ir de verdad en busca del triunfo. Ambición para responder a la gran actuación del maestro, para no conformarse con ser el segundo de la fila, para cuajar al novillo bueno e imponerse a él. Era un fin de semana para probar en qué punto está el torero y está su cuadra. Y, según lo visto, hay motivos para seguir esperando lo mejor en un año que Andrés Romero se traza como el más importante de su vida. También hay cosas que corregir, ¡claro que sí! Y El torero lo sabe y ése es otro paso al frente en busca de un horizonte que se muestra apasionante.

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