Es una historia de pasión. La de Huelva y Andrés es una historia de pasión. Como de un amor que, a pesar de todo, se tiene que cumplir porque la impulsa la pasión que la sostiene. Y como cualquier historia de amor y de pasión, no es sencilla. Lleva sus tiempos, tiene su propio guión. La tarde de hoy, la del regreso a casa, es un buen ejemplo. Porque había dejado Andrés muy bien encarrilado su triunfo final al cortar la oreja de su primer toro, que fue noble, pero reservón por su justo celo. Lo recibió a portagayola con el marsellés con Golondrina y consiguió por momentos su empeño el onubense porque el de Pereda no estaba muy por la labor. Esto se hizo más latente ya en banderillas con Meridio porque intentó Romero encelarlo y conducirlo de costado con escasa correspondencia, así que se la jugó con el eterno Guajiro en varias banderillas al quiebro a base de tener que llegarle mucho al toro. Tras las cortas con Chamán, recetó un rejón algo trasero que precisó del descabello. Pero sumó y, como queda dicho, abrió el camino del siempre añorado triunfo.

Pero, claro, ésta es una historia de pasión, que es un sentimiento que tiene su precio, no puede ser gratis ni sencillo. Ese precio fue hoy que el palco no atendiera la petición aparentemente mayoritaria de la segunda oreja de la tarde para Andrés al término de su faena al segundo. Que cierto es que la pinchó con el rejón en varias ocasiones, pero también que ese primer apéndice es el público quien lo propicia con su petición. No la midió como suficiente el presidente y la bronca fue sonora. Como la tremenda decepción del rejoneador de Escacena del Campo, a mitad de camino entre el enfado consigo mismo por la falta de acierto con el acero y con la autoridad por no atender la petición. Ese evidente poso de decepción no hacía justicia con el nivel de su actuación ante otro toro mansito y remiso de José Luis Pereda ante el que todo tuvo que ponerlo el torero. Porque fue una faena importante. Desde el recibo a portagayola, de frente con Copito para clavar a las primeras de cambio, a las banderillas al quiebro con Fuente Rey -extraordinarias-, a las dos con Farrugia a caballo parado, citadas muy en corto, soportando las reservas del toro para arrancarse y haciendo la suerte con una precisión impecable para que emergiera con la magia que le fue propia y a la que la plaza respondió como un resorte. Tenía el triunfo grande en su mano, pero, tras la pega de los forcados de Alcochete, el toro se puso muy complicado para matar y Andrés Romero no estuvo acertado. Luego, vino lo de la no concesión de la oreja que pidió el público. El choque de dura realidad, la decepción…

A Romero se le vino el mundo encima hasta que consultó y recibió el visto bueno de todas la partes -compañeros, empresa y autoridad- para regalar el sobrero, que fue del hierro de La Galana. Un toro de más a menos que recibió con Golondrina y al que cuajó un soberbio tercio de banderillas con los caballos determinantes hasta entonces, Fuente Rey y Farrugia. Impecable al quiebro con el primero, muy de frente y de poder a poder. Emocionante otra vez con el segundo, a caballo parado de nuevo, como un chispazo que, como antes, puso en pie La Merced. Aunque pinchó arriba en primera instancia con Chamán, recetó el onubense a la segunda un rejón certero que ya sí fue suficiente. Para tirar al toro y para que el palco le concediera el doble premio. La vuelta al ruedo y la salida a hombros tuvieron el sabor de la felicidad propio de la fusión del amor y de la pasión. Otra vez cumplidos tratándose de Huelva y de Andrés Romero. Sufrida, pero esa historia de amor y de pasión al fin y al cabo sin la que el uno y la otra no se entienden cuando llega agosto…