No había tenido demasiada suerte Andrés con su primero, que se comportó manso y a la expectativa, así que fue un regalo la buena condición de su segundo, de Bernardino Píriz. Lo entendió y lo disfrutó desde el recibo con Distinto, con el que el onubense paró al toro doblándose en el terreno justo y con gran sentido del temple. Virtud que tuvo también la apertura del tercio de banderillas con Meridio, cosido el burel al estribo para luego cambiarle el viaje y meterse por dentro. Todo ello, antes de dejar dos espectaculares banderillas al quiebro. Aunque para espectáculo emocionante lo que vino después con Farrugia. Dejó de sonar la banda y empezó a tocar la Salve Rociera con el tamboril. Supo Andrés llenar de expectación ese instante de espera emocionada, a caballo parado para, sin moverse, quebrar sobre una baldosa y poner la plaza sencillamente bocabajo. Lo repitió el jinete de Escacena del Campo y la locura terminó de explotar en los tendidos. Momento realmente hermoso, de simbiosis total del torero, dominador de la lidia y sus tiempos, con el público, entregado a su labor. Siguió con Mozart con las cortas y cobró con Chamán un rejón ligeramente trasero que retrasó que el toro cayera. Tardó demasiado, como un cubo de agua fría sobre el clamor. El rabo se quedó en un oreja.

Otra había cortado a su primero, muy reservón y de escasas posibilidades, lo que comprobó Romero desde el recibo a portagayola con Golondrina. Se desentendió siempre el cuatreño haciendo caso omiso a los cites del torero. Llegó entonces el otro gran momento de la tarde, largamente esperado: la reaparición de Fuente Rey, lejos de los ruedos durante muchos meses por mor de una complicada lesión. Ha sido tiempo de paciencia y de cuidados máximos con el caballo, que hoy volvió como si nada hubiera pasado. Con su elegancia, su clase y su plasticidad de siempre. La pesadilla parece, por fin, olvidada. Quien no se olvida del sitio increíble que le es propio es Guajiro, con el que Andrés arriesgó en cada envite por lo mucho que esperaba el de Píriz. Pero salió triunfante de cada embroque y de cada quiebro, a los que seguían piruetas de mucho ajuste. Tras las cortas, ejecutó un rejón con Chamán, que dio pie a la petición del doble premio del público, aunque el palco solo concedió un apéndice.